Es sabido que la
necesaria financiación
de nuestra inefable
televisión
en nuestra
carpetovetónica y singular nación
se realiza por la no
siempre agradable intromisión
del anuncio en
nuestra habitación
que nos suele
despertar del dulce sopor
que producen los
rayos hipnóticos de nuestro televisor
cuando cómodamente
yacemos en nuestro sillón
situado a la adecuada
distancia en nuestro salón
del indispensable
aparato en cuestión
que nos acompaña en
nuestro hogar
y nos produce un
cierto bienestar
y nos ayuda a
dormitar
sobre todo en la
siesta después del cotidiano manjar
con el que nos
acabamos de alimentar.
Y ¿por qué digo que
el anuncio nos suele despertar?
pues porque para que
se entere bien el televidente
cuando llega el
consiguiente paquete anunciante
suben varios grados
el volumen al instante
y el efecto en la
persona es contundente
pone su organismo en
actividad
y en disposición de
asimilar la publicidad.
Y, a pesar de que es
un procedimiento efectivo
no siempre se consigue el pretendido objetivo:
A mí, por ejemplo, me
incita a la venganza
y hago “zapping” con
el mando a distancia.
Por otro lado, según
el canal en emisión
la susodicha cuña de
publicidad
tiene más o menos
agresividad...
Lo explico a
continuación:
Hay cadenas que, con
educación,
avisan de la
interrupción
y a veces en un acto
de consideración
indican a la afición
el minutaje del
paquete intruso
y uno toma nota y
hace uso
de tan bienvenida
información
para levantarse del
butacón
y poner los músculos
en acción
o aliviarse con una
discreta evacuación
si calculas bien el
descanso que te ha regalado
ese tu canal
considerado.
Otras veces la cadena
no tiene piedad
y en mitad de una,
quizás, interesante emisión
lanza el paquete con
celeridad
sin previo aviso de tal
acción
y deja al pobre
televidente
inerme, desarmado
ante tamaño incidente
y con un cabreo
consecuente...
Y en las cadenas de
pago
se aminora el
publicitario trago
pues se ve entera la
emisión
de cualquier
peliculón.
No obstante en los
públicos canales
no hay anuncios
comerciales
ya que han encontrado
una solución:
Nuestros impuestos
cubren su financiación.
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